LA VOZ DE GALICIA – domingo 24 de Agosto

DE TAL PALO, TAL ASTILLA

CARMELO, CARLA Y MARIO TEIJEIRO

Unidos en casa y en el tatami

Vestidos de blanco y con el cinturón negro ceñido a la cintura, los tres miembros de esta familia persiguen la humildad, el equilibrio y la armonía

Autor:
FOTO Marcos Creo TEXTO Beatriz Antón
Fecha de publicación:  24/8/2008

Carmelo, responsable del gimnasio Bunkai, ha transmitido su amor por el kárate a sus dos hijos.

Oss.

Sobre el tatami, todo empieza y todo termina con este saludo karateca. Así que la expresión japonesa, que siempre debe ser empleada con sinceridad y humildad, nos viene como anillo al dedo para comenzar a hablar de Carmelo Teijeiro y de sus dos hijos: Carla, de 22 años, y Mario, de 16.

Para los tres miembros de esta familia de Ferrol, hacer kárate resulta casi tan necesario como respirar. «Si estás muchos días sin practicarlo, al final el cuerpo te lo acaba pidiendo», dice Mario, el benjamín de la familia.

Pero para contar bien este flechazo entre los Teijeiro y el arte marcial nacido en Okinawa hay que remontarse a principios de los 70, cuando Carmelo Teijeiro se metió a clases de yudo. «De pequeñín me gustaban muchísimo las películas de Bruce Lee, así que primero aprendí yudo en el grupo Bazán, y después, siendo ya adolescente, me fui al gimnasio Kan para hacer taekuondo», explica Teijeiro rememorando sus primeros pasos en el mundo de las artes marciales.

Aunque parezca extraño, el profesor asegura que, de niño, el kárate le parecía «muy feo». Pero ya de mayor decidió probar. Y a los 18 años (y de cinturón blanco) comenzó a dar sus primeras patadas y golpes de puño en el gimnasio Rembu Kan.

Aunque Carmelo ya tenía cierta experiencia sobre el tatami, no le importó partir de cero. Y en eso reside, precisamente, la esencia del kárate: ser orgulloso, jactarse de los éxitos y presumir resulta inadmisible. «El karateca debe cultivar la humildad, así que si una persona se ve incapaz de aceptar que debe partir de cero para aprenderlo, es mejor que no lo pruebe», explica el responsable del Bunkai.

El caso es que Carmelo sí practicó la virtud. Y fue con humildad como, poco a poco, creció en el kárate. Primero de la mano de Vázquez Mallo y Antonio Oliva, y después, con el japonés Yasunari Ishimi. «Él sigue siendo mi gran maestro y, desde hace cinco años, gracias al Patronato de Deportes, todos los otoños lo traemos a Ferrol para que dé varios cursillos», dice el discípulo muy orgulloso.

Pero volvamos a la historia de los Teijeiro. Hecho ya todo un experto, Carmelo comenzó a dar clases en varios gimnasios de la comarca. Tantas que llegó un momento en que le resultó imposible compaginarlas con su trabajo de electricista en Bazán. «No podía seguir levantándome a las seis de la mañana y acostándome a las once, así que tuve que elegir y fue entonces cuando decidí montar mi propio gimnasio», cuenta Teijeiro dándole cuerda a la memoria.

Bunkai abrió sus puertas hace quince años, así que los dos hijos de Carmelo se acostumbraron a practicar las katas -los movimientos del arte marcial- desde pequeños. Carla empezó a los cinco años. Y Mario, a los tres.

Desde entonces y hasta ahora, su maestro ha sido siempre su padre. ¿Será él muy duro como profesor? «Normalmente nos trata igual que al resto de alumnos, aunque a veces, al haber más confianza, se puede poner un poquito más exigente», advierte Carla. Y Mario le da la razón: «no nos podemos quejar, porque la verdad es que no nos está muy encima». A los dos les apasiona el kárate y saben apreciar las dotes de su padre como profesor (o sensei ). «Es una persona muy entregada y muy constante, y eso, al final, se nota en la práctica», dice su hija orgullosa de él.

 Tan solo Elvira, la madre de los dos jóvenes, no ha sucumbido a los encantos del kárate, «aunque es muy buena espectadora», advierte su marido. En cambio, para él y sus dos hijos, es casi como una droga. Una adicción que no solo es buena para la salud, sino que «equilibra la mente». Llega la despedida. Y solo nos queda una cosa por decir.

Oss .

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